lunes, 14 de julio de 2008

¿Te fijaste en lo mucho que ha progresado tu vecino?
¿Te diste cuenta de lo bien que le está yendo?
y ¡cómo no darse cuenta!, dirás.
Esta mañana, al salir de su casa y ver su puerta abierta,
no pudiste evitar echar una mirada
y admirarte de aquel televisor extraplano
tan grande como la más grande de las ventanas en tu sala de estar.
¡Y el coche!
¡Qué maravilla!
¿Cuántas veces te has detenido delante de él,
antes de entrar al tuyo,
imaginando que eres tú quien lo conduce?
¡Qué vida tan maravillosa debe tener tu vecino!
¿Y tú?
¡Harto ya de las incertidumbres económicas!
Cansado de tener que quedarte en casa los domingos
porque el presupuesto familiar no da para ir al cine.
Se acerca el tiempo de pagar la matrícula de tu hijo
para el próximo año escolar.
¿Cómo vas a hacer?
¿De dónde vas a sacar el dinero que necesitas?
Si no aumenta un poco el movimiento de trabajo
¿Cómo cubrirás los gastos de tu casa a fin de mes?
Tu vecino no tiene tales preocupaciones.
Seguramente andará con abundante efectivo en el bolsillo
o usará su tarjeta de crédito.
Sí, esa que a ti te negaron ya en más de una oportunidad,
no por insolvente sino por el débil respaldo que aporta el saldo de tus cuentas en el banco.
¡No! A tu vecino no le preocupan los gastos de la vida como a ti.
¿Por qué no podrá ser tu vida como la de tu vecino?
El reformó toda su casa no hace mucho. Tú ni siquiera puedes substituir las baldosas rotas en tu cuarto de baño.
El se compró un auto nuevo. Tú no puedes reparar el motor del tuyo que ya pierde compresión.
¡Qué distintas son ahora tu vida y la vida de tu vecino!

¿Sabes? Esta noche pasada, mientras tú y tus hijos dormían plácidamente,
hubo un gran revuelo en casa de tu vecino.
Vino una ambulancia y se llevó a su hijo de urgencia al hospital
a causa de una convulsión de esas que le dan tan a menudo.
¡Ah, desgraciada enfermedad que va a terminar llevándose al chico más temprano que tarde!
Hoy cumple 15 años y, en los últimos seis meses, es la octava vez que tienen que salir así, con él, de urgencia, a media noche.
¿Recuerdas? No hace mucho, el hombre, con los ojos llenos de lágrimas y apagados por el dolor, te confesó su gran pena y su certeza de que el muchacho no pasaría de los 19, si acaso llega a ellos -te decía- es su expectativa de vida.
Tú le dijiste, "Ten fe, Dios no abandona a los suyos. Cree ¿Quien sabe? A lo mejor y se da el milagro".

Tú sabes, de cierto, que Dios no abandona a los suyos; no eran simples palabras de esperanza. ¡Tú lo sabes!

Pero, ¿sabes, también, de alguien que quisiera la vida de tu vecino, si le dieran a escoger?

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